image

Yo tengo una regla de oro, que llegó a ser de oro precisamente porque nunca falla:

Si estoy en un lugar y no sé hacia qué dirección debo dirigirme (caminando o manejando), reviso los puntos de referencia disponibles y lo que mi instinto me dice y…

Voy hacia el lado opuesto!

Es que mi instinto siempre falla… y es tan consistente que es pefecto porque ya sé que con NO seguirlo voy en la dirección correcta.

Es que la abstracción espacial no es lo mío. Es que hay quienes piensan que tengo buena memoria pero nunca para recordar direcciones o vías de acceso.

Y aunque vivir en Nueva York ha sido un bálsamo para mi autoestima de desubicada irremediable, porque, al menos en Manhattan, me muevo con total soltura que hasta parece que tuviese una brújula en mi cabeza… en realidad ni siquiera es así y si tengo que ir a Soho donde ya las calles y avenidas no son perfectamente cuadriculadas; me toca de nuevo apelar a mi regla de darle la espalda a mi instinto para salir airosa y llegar sin mayor retraso a mi destino.

Recuerdo que cuando llegamos a vivir aquí y yo veía en las esquinas de las salidas en las estaciones del Metro cómo señalizaban los puntos cardinales que identificaban a cada una (noreste, suroeste, etc); era TAN abtsracto para mí que me parecía imposible entender cómo esas palabras le podían hablar a alguien en términos de saber por qué esquina salir dependiendo de hacia dónde se dirigía… Recuerdo que más de un año después de vivir aquí, un día me sentí orgullosa de mí misma al utilizar aquellas siglas y así evitarme algun cruce de calle optimizando mi camino. Recuerdo que llegué a pensar que me podía haber reformado, pero también recuerdo que la próxima vez que salí de un territorio tan predecible, volví a errar cada vez que intentaba descifrar hacia dónde ir.

Siempre le eché la culpa a Andres.

No sólo porque me parecía perfecto que alguien más, y no yo, tuviese la culpa de mi desorientación o despistaje crónico, sino porque él es TAN ubicado que me permitía no ocuparme de esos temas confiada que siempre llegaríamos a donde debíamos por la vía más expedita sin importar que fuese la primera vez que visitáramos algun lugar… Y estoy hablando incluso de aquellos tiempos remotos en los que los celulares con GPS no existían y tocaba revisar un mapa o buscar elementos naturales como puntos de referencia.

Tener a Andres significaba poder enfocarme en otras cosas como ver el paisaje o prestarle atención a la letra de la canción que sonara en la radio. Pero también significaba generalmente estar en problemas cuando me tocaba ubicarme por mí misma.

A veces pensaba que se trataba de algo que se aprende y yo no lo aprendí bien… Otras, consideraba que era un talento que no tenía, pero no intentaba indagar sobre su ausencia…

Hasta que nació Andres Ignacio.

Mi chiquitín me hizo ver que los genes trasnmiten cosas que yo jamás hubiese pensado. Pude entender que hay intereses con los que se nace y se manifiestan claramente desde muy temprana edad.

Porque sólo hace falta ver a Andres Ignacio y sus ojitos iluminados cada vez que tiene un mapa en sus manos y cómo lo observa detenidamente, cómo lo detalla al derecho y al revés y busca elementos que le permitan pasearse en él con confianza. Basta con escuchar cómo desdobla el mapa que trajo una enciclopedia de animales que le regaló Abu y lo extiende en el piso y llama a Eugenia para enseñarle dónde se encuentra cada uno de sus animales favoritos.

No importa si es el mapa del zoológico y busca la manera de guiarnos hacia los leones, o el mapa del mundo que tiene en su cuarto en el que ubica a Venezuela, NYC, Miami, Africa, Australia…

Sólo hace falta verlo para saber que heredó ese talento de su papá y ahora es un interés que comparten y podrán disfrutar juntos.

Yo por mi parte me siento afortunada de ahora también tener a Andres Ignacio para guiarme en el camino y así poder seguir disfrutando el paisaje o la linda letra de una canción en la radio.

image

image

image

image

Publicado el 18 de marzo de 2013