Amaneció y queríamos bajar a la pisicna, pero no sabíamos si habia “suficiente” sol para hacerlo. Estos días han transcurrido con un clima “caliente pero no tanto” que nos ha llenado de energía, pero que a veces no alcanza para no sentir frío o temor a un resfriado cuando la brisa pega o estamos en la sombra.
Y había un poco de brisa y sombra pero igual nos vestimos con trajes de baño y bajamos a la piscina.
El agua estaba rica, con mantener la mayor parte del cuerpo dentro logramos contrarrestar el frío y mantener la temperatura.
Hicimos lo usual: nadamos, saltamos y jugamos pero siempre buscando el sol, cazándolo en los espacios en los que calentaba el agua y nuestro cuerpo en la orilla o el medio de la piscina.
Los pirulingos chapoteaban y se reían y brincaban agarrados de mí cuando estábamos donde ellos no alcanzan.
Yo los sostenía, uno con cada brazo en la levedad de los cuerpos bajo el agua… Y podía correr y brincar con ellos encima como monitos agarrados de un árbol.
Jugamos, saltamos, cantamos…
El sol llegó a la orilla de la piscina y entonces de la orilla me recosté.
Ellos se recostaron de mi pecho, uno a cada lado, descansando y suspirando.
Y yo suspiraba aún más hondo!
Así, mientras yo todavía cantaba lo que ellos me pedían, se fueron quedando dormidos, sintiendo el agua, mi cuerpo y mi abrazo, la brisa y mi voz y el sol sobre ellos.
A mí me invadió una sensación de éxtasis, de plenitud y de felicidad. De profundo agradecimiento por ese instante.
Fue un momento mágico en el que no sentía el peso de mis chiquitines ni el de ningun mal o preocupación, sólo la suavidad del agua y sus cuerpos pegados a mí, abrazados por mi, recostados de mi.
Fue un momento mágico de esos que duran sólo unos minutos pero recargan por horas el alma.
Publicado el 11 de febrero de 2013