Hace unos días escribí sobre el manejo de las emociones de mis Pirulingos y la importancia de ayudarlos a nombrarlas, entenderlas y lidiar con ellas.

A medida que reflexionaba sobre cómo sus pequeñas cabezas se enfrentan a nuevos sentimientos, no pude sino pensar: en qué se diferencia el manejo de las emociones de un Pirulingo al mío como adulta pero sobre todo como su mamá?. Me quedé pensando en qué hacer con nuestros sentimientos frente a ellos, cómo presentarles nuestras angustias o tristezas, rabias o frustraciones, si es que siquiera debemos hacerlo? O será que debemos esconderlas, hacer “de tripas corazón” y disimular lo que sentimos para que no los afecte?

Soy partidaria de compartirlas, no siempre y en dosis adecuadas y digeribles pero no esconderlas.

Yo soy hija de padres divorciados, tenía 6 años cuando se separaron y recuerdo muchas veces haber visto a mi mamá angustiada, triste, llorando. Hoy en día entiendo y valoro todos sus esfuerzos para mantenerse firme y segura ante nosotros y sé que no fueron pocos los momentos en que tuvo que administrar sus sentimientos con alguna válvula de escape que yo no podía detectar, pero una situación familiar de esta índole no se puede esconder como si no sucediera, así que inevitablemente a veces permeaba hacia nosotros y la veíamos llorar.

Yo recuerdo estos momentos y sin duda se me arruga el corazón y en mi memoria se mantienen como instantes de mucha vulnerabilidad porque yo no quería ver a mi mamá triste y la reacción inmediata mía y de mis hermanos era de hacer lo posible por verla de nuevo sonreír… Lo importante es que nunca sentimos que fuese nuestra culpa, su amor y sus palabras siempre nos hicieron entender que su corazón podía tener penas independientemente de nosotros.

Ahora que lo pienso y lo veo en retrospectiva entiendo el impacto de esos momentos en mi desarrollo:

Ver a mi mamá sentir tristeza y llorar me ayudó a ser una persona más compasiva y más empática.

La tristeza que sentí por sus lágrimas me enseñó a considerar los sentimientos del otro ante mis acciones.

Y ayudarla a sonreír de nuevo me hizo descubrir el poder del consuelo que podemos ofrecer a nuestros seres queridos.

Sin duda nuestros hijos no tienen madurez emocional para afrontar las preocupaciones, agobios o tristezas que sentimos de adultos y parte de la maternidad es amortiguar como podamos el manejo de esas emociones, recalcando con nuestro amor que son sentimientos que se pueden presentar independientemente de ellos.

Pero no pretendamos que no existen, porque con nuestro ejemplo también pueden aprender que son sentimientos válidos, que son naturales y que detrás de las tormentas se encuentran arcoiris llenos de aprendizajes.