Esta es la historia de un día especial e importante. Esta es la historia de una experiencia transformadora, es la historia de un día inolvidable y trascendental como pocos otros.

Esta es la historia de la tercera vez que me convertí en mamá.

Desde que fui a la primera consulta con mi obstetra y me dieron como fecha probable de parto el 26 de febrero, en mi casa comenzamos a bromear con que si me pasaba de mi día (como pasó con mis otros 2 hijos) podíamos tener un bebé bisiesto.

Así llegó el propio 29 de febrero y yo con 40 semanas y 3 días fui a mi chequeo.

¡Nada!

No había señales de trabajo de parto, yo me sentía de maravilla (más allá del cansancio normal de las últimas semanas) y podía seguir esperando, pero me hicieron un eco que asomaba un bebé muy grande y esperar más podía significar que creciera aún más y se me dificultara el parto natural que tanto deseaba.

Desde que quedé embarazada de Cristóbal comencé a temerle a la posibilidad de cesárea. No sé por qué pensaba que no podría parirlo como a Andres I y Eugenia y el miedo a la cesárea era simplemente miedo a lo desconocido porque de un parto de alguna manera sabía qué esperar pero no de una cesárea. Lo peor es que no había razón para pensar que no podría parir, pero algunos miedos se instalan sin que sepamos por qué y nos acompañan sin que podamos alejarlos.

El Doctor me recomendó inducir el parto y yo accedí y con toda la ansiedad y expectativa del mundo me fui a buscar a mis Pirulingos al colegio para dejarlos en la casa con mi mamá, tomar mi maleta e irme al hospital con Andres.

Llegué al colegio un poco antes de la hora regular de salida y vi a Andres Ignacio salir con su maestra, ambos con una gran sonrisa porque sabían que lo buscaba antes porque Cristóbal estaba por nacer. Esa emoción de él al despedirse de mí, con el abrazo tan fuerte que me dieron los pequeños brazos de Eugenia fue una imagen que me acompañó en todo el trayecto hacia el hospital.

Mi vida estaba a punto de cambiar… y la de ellos también, y tratar de entender cómo sus pequeñas cabecitas procesarían este cambio me emocionaba y aterrorizaba a partes iguales.

Me ingresaron ese día, 29 de febrero, pero mi bebé no fue bisiesto, no importa lo que yo pensara, él tenía planes diferentes y prefirió el mes de marzo.

parto cristobal 2

parto cristobal 2

Yo he llegado a la conclusión que mi cuerpo es muy bueno concibiendo, estando embarazada y pariendo. Tengo que reconocérselo porque se lo agradezco en el alma. Lo que si no es el fuerte de mi cuerpo es eso de un trabajo de parto corto o aquello de romper fuentes espontáneamente. Con Andres Ignacio tuve un trabajo de parto de casi 24 horas + otras 48 anteriores de contracciones menos fuertes. Con Eugenia se redujo a unas 15 horas y con Cristobal rompimos récords en 30 horas de trabajo de parto.

La culpa fue de la inducción, porque eso tiene aquello de no dejar al cuerpo comenzar solo el trabajo de parto cuando corresponde… Yo preferí acatar a mi doctor y no asumir ningún riesgo, pero hubo que esperar más.

Dicen que lo bueno se hace esperar y mi Cristóbal es de lo mejor que me ha pasado en la vida así que…

Desde que ingresé al hospital cerca de las 4pm hasta la mañana del día siguiente no hubo mayor novedad. Me colocaron pastillas para desencadenar el trabajo de parto que no tuvieron mucho efecto. Fue una noche de contracciones suaves pero presentes que no me dejaron dormir o descansar mucho, pero mi cabeza estaba tan ocupada pensando en lo que venía que probablemente igual me hubiese costado conciliar el sueño.

A las 8am llegó el doctor y ahí sí comenzó la función: me rompieron fuentes y me pusieron pitocin y a la hora y media ya las contracciones eran muy fuertes y seguidas y pedí que me pusieran anestesia.

Algún día le dedicaré un post a esa buena amiga llamada anestesia, no se imaginan el cariño que le tengo porque me ha permitido vivir mis partos, sintiendo contracciones y viviendo cada pujada pero sin estar nublada del dolor. Esta vez fue como las demás, me pusieron anestesia pero no tanto como para no sentir nada… seguí sintiendo siempre las contracciones porque desde la primera vez aprendí que ayuda muchísimo al momento de pujar.

Comencé dilatando a buen ritmo y a las 1pm ya tenía 8cm. Estaba acompañada por Andres y mi mamá que pasó a verme mientras los Pirulingos estaba en el colegio, almorzamos juntas y se fue a buscarlos para pasar con ellos la tarde, ansiosa esperando noticias.

Pero ese buen ritmo se estancó, deje de dilatar o pasé a hacerlo muy lento, se pasó el efecto de la anestesia y después de 1 hora de contracciones muy fuertes me pusieron otra dosis. Las enfermeras entraban y salían: me pusieron un monitor interno para tener medición mas precisa de mis contracciones, me inyectaron fluido para que hubiese más espacio entre el bebé y el cordón y evitar presión según mi posición, me pusieron antibiótico y me revisaban con tactos cada 2 horas. Entre las 5 y las 6pm pude descansar algo, no llegué a dormir profundo pero sí estuve en ese estado de adormecimiento en el que se sabe lo que sucede pero el cuerpo descansa.

A las 8pm comencé a sentir esa urgencia de pujar pero parecía que faltaba un poco para terminar de dilatar. Las enfermeras me pidieron que hiciera una pujada «de prueba» y a la mitad del conteo hasta 10 me pidieron que parara.

Llamaron al doctor. ¡Ya estaba lista!

Todo este tiempo se pensaba que mi bebé pesaría más de 10lbs y eso, aunado a que hubo meconio cuando me rompieron fuentes, hizo que el equipo médico presente fuera muy extenso: más enfermeras, neonatóloga, pediatra, intensivista, mi obstetra y sus ayudantes.

El doctor entró y antes de terminar de vestirse y mientras terminaban de preparar la sala de parto, las enfermeras me pidieron que demostrara al doctor lo bien que podía pujar… al parecer el doctor no les creía porque su idea del peso del bebé le hacía pensar que costaría que saliera…

De nuevo respiré profundo, levanté mis piernas ayudada por Andres y una de las enfermeras y me preparé a pujar en una cuenta de 10, y de nuevo en el numero 5 me pidieron que parara, ya la cabeza de Cristóbal se asomaba y aún había que terminar de preparar la sala.

Yo sentía perfectamente y con dolor la cabeza apunto de salir y veía la premura con la que terminaron de preparar todo. Una pujada más y salió la cabeza y mientras yo me preparaba para la siguiente para que salieran sus hombros y su cuerpo, sentí que ya estaba afuera.

Así nació Cristobal Ignacio Mendoza Zambrano, de 9 lbs (4,1Kg) y 22 in (56 cm) el 1ero de marzo de 2016 a las 8:32pm.

El doctor lo levantó, yo lo ví y comencé a llorar en un sentimiento indescriptible que combina un llanto profundo y una alegría incalculable. Es la risa y el llanto entremezcladas en una mueca imposible y un sentimiento inigualable. Es ser protagonista del inicio de una vida, verla por primera vez después de imaginarla muchos meses. Es descubrir que un pedazo de tí está fuera de tu cuerpo pero mantiene con él parte de tu corazón, es vivir el amor de Dios que me permitió traer al mundo este bebé, es agradecer sin parar y pedir sin descanso porque ahora mi felicidad depende también de la suya.

El parto es un umbral que cruzamos las madres y en el segundo en el que nuestro hijos viven fuera de nosotras todo cambia, nosotras cambiamos y es un cambio irreversible. Damos a luz porque nuestros hijos conocen la luz al salir de nuestro cuerpo pero nosotras también la conocemos al verlos por primera vez a los ojos. Durante el parto el cuerpo se expande para que una persona salga pero lo que más se expande es nuestro corazón que se estira y se agranda para dar cabida a otro amor sin límites.

Después de algunos minutos pusieron a Cristobal en mi pecho descubierto para conocernos piel con piel, pegaditos como estuvimos tanto tiempo mientras estaba dentro de mi, pero esta vez nos podíamos ver, y él también me vio porque desde el principio tuvo sus ojitos abiertos, como si compartiera mis ganas de memorizarlo y aprenderme cada rincón de su cuerpo en ese primer instante.

Ese momento de tener mi bebé por primera vez en brazos es de los momentos más sagrados y sublimes de mi vida, todos los sentimientos están ahí en ese encuentro y de alguna manera se sella una relación de por vida en ese primer abrazo. Es un momento de entender que ese bebé que sujetaba por primera vez era mío, de una manera única. Es mío, yo lo formé. Dios me permitió hacerlo, dar vida, y es el momento de mayor fortaleza y humildad que he sentido.

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Estuve con Cristóbal cerca de media hora: le hablé, le canté, lo acaricié y luego simplemente me deleité contemplándolo. Su piel arrugada, su abundante cabellera, su olor a humedad, sus puños cerrados y sus movimientos involuntarios.

Pasado ese tiempo tenían que hacerle algunos chequeos y llevarlo a la unidad de cuidados intensivos, porque Cristobal nació con algo de fiebre y por eso debía cumplir un protocolo de 48 horas en el NICU, las mismas 48 horas que yo estaría recuperándome en el hospital.

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Y fue así como este bebé llegó para diferenciarse de sus hermanos y hacernos vivir experiencias nuevas. Gracias a Dios fue solo un protocolo qué cumplir y Cristobal estuvo bien todo el tiempo, recibiendo antibiótico y conectado a monitores, pero sano y bien que es lo importante.

Andres y yo subíamos cada vez que lo tenía que amamantar o si simplemente queríamos estar con él, que sinceramente fue casi todo el tiempo menos cuando dormía o comía.

Lo más irónico fue que Andres y yo hablábamos de lo distinta que sería la experiencia en el hospital esta vez, con tantas personas que quería visitarnos, con espacio para recibirlos al tener un cuarto para nosotros después de haber compartido cuarto cuando nacieron Andres I y Eugenia. Incluso habíamos preparado recuerditos y no los pudimos entregar porque tener nuestro bebé en cuidados intensivos hacía que la prioridad fuese estar con él. La visita de Puli, mi maná y Alejandra y Joanna, dos de mis queridísimas amigas fueron las únicas que recibió Cristobal.

parto cristobal

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nacimiento cristobal

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Lo más difícil fue la decepción de sus hermanos cuando llegaron a conocerlo arregladitos y con unas sonrisas que nos les cabían en la cara y se enteraron que no podrían verlo todavía por 2 días más. Era temporada de influenza y no dejaban entrar a la unidad a niños menores de 16 años. Ver esas caritas de tristeza que significaban la inmensa emoción de los 2 por conocer a su hermano me dolió en el alma, pero finalmente qué son 2 días cuando se han esperado 9 meses… muy pronto estaríamos todos juntos en casa.

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¡Y así fue!

Y fue lo mejor del mundo… Pero esa historia se las cuento otro día…

Pd: Nacimiento de Andres Ignacio // Nacimiento Eugenia Isabel