Hace unas semanas, el sábado por la mañana, estábamos desayunando nuestras acostumbradas arepas y mientras comíamos Andres Ignacio y Eugenia nos deleitaron a Andres y a mí con un derroche concentrado de todo su encanto y simpatía: cantaron y bailaron, nos echaron cuentos de su colegio, nos enseñaron mímicas de nuevas canciones que se hacen con las manos y hablaron inglés y español con sus voces dulces y las palabras mal dichas que nunca queremos corregir porque suenan tan cuchis!

Mientras los veíamos Andres y yo nos miramos con una complicidad de saber lo que esta pensando y sintiendo el otro, un guiño entre los dos que fue casi un suspiro colectivo!

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Comenzamos a hablar de esta etapa, de lo ricos que estan los Pirulingos a esta edad: su pequeña estatura, lo dulces que son, lo tiernas y cuchis que resultan sus muecas y sus palabras, lo livianos para todavía cargarlos y mecerlos y aún dormirlos en nuestros brazos. Suficientemente diminutos para correr metiéndose en los rincones pero al mismo tiempo apropiadamente grandes para hablar, cantar, contarnos historias divertidísimas, vivir jugando el uno con el otro, dormir toda la noche y no usar pañales!

Le decía a Andres que a veces siento un deseo frenético de parar el tiempo, de tener algún máquina especial que me permita congelarlos, detener el reloj y disfrutarlos así por más días, por más semanas… que los 2 y 4 años duren 1 ó 2 años más, que no crezcan tan rápido.

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Lo escribo y me convierto en un cliché inagotable, pero así lo siento… no lo puedo evitar…

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Lo que pasa es que enseguida me doy cuenta que no puedo congelarlos; me doy cuenta que detener el tiempo me alejaría de todo lo que falta y lo que falta, aunque no lo conozco y aunque no lo he vivido, promete ser igualmente delicioso. Lo que falta merece ser vivido, merece ser protagonista y no actor secundario.

Enseguida me doy cuenta que esto es solo el comienzo de otras aventuras que no quisiera perderme por nada del mundo. Quiero estar presente el día que Andres Ignacio aprenda a nadar sin alitas, o su primer partido de fútbol. Quiero verle la cara el día que lea por primera vez un libro… Sueño despierta con ver a Eugenia tocando algún instrumento o bailando como tanto le gusta, aprendiendo a montar bicicleta o poniendo esperanzada su primer diente bajo la almohada.

Si los congelo me pierdo ser la mamá de mis niños grandes, los recitales del colegio, las conversaciones, los juegos… sus logros, graduaciones, matrimonios. Si los congelo no llegaría a tener nietos!

Entonces suspiro de nuevo y vuelvo a fantasear con otra máquina especial, una que me permita mantener viva toda la ternura que siento en este momento, que me permita conservar pedacitos de mis Pirulingos que me acompañen por siempre.

Una máquina que conserve la voz de Eugenia cuando dice “Asho”, o cuando casi cantando dice como retahila “perdón Mami, fue un accidente, no importa”. Una en la que pueda guardar su voz aguda cantando mientras baila sin remedio.

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Una máquina que perpetúe las miradas dulces de Andres Ignacio, sus ojitos iluminados, sorprendidos, emocionados o asustados que expresan tanto.

Una máquina que permita conservar los abrazos en los que todavía puedo arroparlos con mi cuerpo, o las manos pequeñitas que se aferran a las mías buscando seguridad.

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Sigo soñando con esa máquina especial, mi máquina del tiempo que a veces es mi cámara, que a veces es este blog, pero que aveces simplemente no alcanza para tanto que quiero conservar!

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