Llega el tercer trimestre y la historia del embarazo cambia: atrás habían quedado algunos malestares, las náuseas o vómitos y ya comenzabas a llevarte bien con tu panza creciente. Comenzó a notarse y sentiste a tu bebé moverse, pero aún la barriga no había crecido tanto y tu movilidad no se había visto afectada. Podías soñar despierta con tu bebé pero también lo podías hacer dormida porque aún lograbas conciliar el sueño con facilidad y dormir corrido hasta la mañana… te sentías feliz y plena con tu embarazo, llena de ilusión y súper optimista hasta que ese llamado tercer trimestre o semana 28 hicieron su aparición haciendo que todo cambiara.
De repente comenzaste a sentir acidez frecuentemente, claro, tu estómago está siendo presionado por la enormidad de tu panza y los antiácidos los pasas a llevar en la cartera porque nunca sabes cuándo necesitarás uno.
Un día volviste a sentir que un sueño incontrolable te invadía en la mitad de la tarde y tuviste que hacer un enorme esfuerzo por no quedarte dormida delante de tu escritorio: sucede que el cansancio llega, el peso de tu cuerpo y la necesidad de descanso es inminente.
Es que también de repente la noche no es hora de descansar, comienzas a sentir ganas de ir al baño en el medio de la noche que además pueden llegar con dolor porque también tu panza presiona tu vejiga haciendo que necesites vaciarla más frecuentemente y que moleste cuando está llena.
Pararte de la cama para ir al baño no es un juego de niños, debes primero encontrar la posición adecuada para poder darte la vuelta y sientes que hay músculos de tu cuerpo que simplemente no responden dejando a tu cadera desprovista de fuerza cuando pones los pies en el suelo.
Caminas hacia el baño con las piernas abiertas y la espalda 2 cm más atrás de la cadera, segura que luces como un pingüino pero es la única manera de llegar a tu cometido soportando el dolor, haces pipí y la sensación se alivia un poco pero al volver a acostarte te cuesta conseguir de nuevo la posición cómoda o no concilias el sueño fácilmente.
Llega la mañana y si tienes hijos ayudarlos con sus tareas diarias se siente como correr un marathon: recoger juguetes, ayudarlos a vestirse, servirles la comida; todo cuesta y todo cansa!
Durante el día comes la cantidad que estas acostumbrada en cada comida y te das cuenta que te llenas de gases o vuelve la acidez y entiendes que mejor comes porciones menores aunque lo hagas más frecuentemente porque tu capacidad estomacal está comprometida con el tamaño de tu bebé.
Estas llena de ilusión con mil proyectos relacionados al nacimiento de tu bebé pero te falta la energía para llevarlos a cabo: coser, tejer, bordar, preparar la maleta del hospital y decorar su cuarto están en tu lista y ya sabes que no lo puedes seguir postergando.
Te sientas a descansar un rato porque el cuerpo te lo pide y sientes moverse a tu bebé, enseguida una sonrisa se esboza en tu cara pero esta dura lo que la siguiente patada en la costilla llega y ahí sientes el dulce dolor del movimiento de un pequeñín que verdaderamente se hace notar dentro de tí.
Pero a pesar de todas estas incomodidades, del cansancio y de la fatiga, del insomnio y la acidez cada vez que te preguntan ¿cómo estás?, contestas con alegría ¡muy bien! porque sabes que va a pasar, que incluso estar en el tercer trimestre precisamente significa que falta poco para conocer ese amor inmenso que te dejará sin tantas molestias pero ¡se va a robar tu corazón!