Cada día después de almuerzo, cuando ya he tratado de adelantar trabajo y diligencias, cuando intento que la casa este algo ordenada, llega ese momento del día que tanto me gusta: buscar a los Pirulingos al colegio! Cuando me acerco a la entrada en la cola del carpool logro verlos parados esperándome, siempre con una sonrisa, siempre agarrados de la mano, siempre conversando con la maestra que me los va a entregar. Desde donde están comienzan a saludar apenas reconocen mi carro con una emoción de verme que sólo se compara a la mía de verlos a ellos. Se montan atropelladamente y comienzan a hablar interrumpiéndose el uno al otro comentándome de su día: con quien jugaron en el recreo, si se vieron en el segundo recreo que comparten sus dos clases, si cantaron o bailaron, si ganaron alguna estrella o sello en su mano, si lo que les preparé de almuerzo les gustó, si se lo comieron todo o si no les dio tiempo porque «lunch was over» (y para Eugenia que hace todo lento pero seguro, siempre «lunch was over»).
Así comienzan mis tardes con ellos: algunos días venimos a la casa y pasamos aquí el resto del día, otros tenemos actividades deportivas, otros vamos al parque o a jugar con amigos. Invariablemente hay algo que desde hace algunas semanas marca mis tardes, sobre todo esos días que pasamos en la casa o las tardes cuando regresamos de alguna actividad antes de que toque bañarse y cenar. Los Pirulingos apenas entran en la casa se van corriendo a la mesita que tienen en su playroom y comienzan a escribir…
Es una fiebre, una moda, un deseo frenético de los dos. Andres Ignacio me pide sin cansancio que le dicte palabras: siempre comienza pidiéndome nombres de animales y luego pasa por elementos de la naturaleza, personas conocidas hasta terminar en frases o personajes de American Ninja Warrior u otro de sus programas favoritos.
Eugenia, por su parte, comienza escribiendo su nombre (del que se siente inmensamente orgullosa cada vez que lo ve impreso con su caligrafía) y luego comienza a pedir que le deletree las cosas más variadas, o la veo tomando objetos de la casa y copiando palabras que ve allí para luego traérmelas y preguntarme qué dice (como cuando se fue a mi cuarto con una hoja en blanco y regresó con una palabra escrita que leía ¡SAMSUNG!, Andres y yo nos reímos como por 5 minutos seguidos).
Si me descuido la solicitud de palabras de Andres se mezcla con la de letras de Eugenia y ya nadie sabe cuál le corresponde. Yo generalmente estoy sentada en el piso o en el sofá sin hacer más que eso: dictar letras o palabras o frases y ver cómo la cabeza de mis hijos se emociona con sus logros, tan pequeños o tan enormes pero logros al fin. Sentada veo en este momento ese deseo de aprender porque sienten que escribir les abre un mundo de posibilidades. Sentada me maravillo de cómo Eugenia capta algunas cosas mejor por solo tener a su hermano de ejemplo. Sentada veo los ojos iluminados de Andres Ignacio y las caritas de satisfacción de Eugenia y agradezco tener la posibilidad de hacer solo eso: estar con mis hijos y dictarles palabras… Tan simple y tan significativo a la vez.
Y luego los días terminan con nosotros 3 (o los 4 si Andres ya regresó de la oficina) sentados en el sofá escuchando atentos a Andres Ignacio leernos sus libros de iniciación a la lectura. Cómo le gusta, tiene unas ganas enormes de leer fluido, de poderlo leer todo… y yo lo veo feliz queriendo que ese deseo y esas ganas le duren por siempre. Eugenia lo ve orgullosa y a su lado repasa las palabras y sé que luego a ella se le hará más fácil porque absorbe este momento.
Sé que vendrán tiempos de tareas largas, de niños que no querrán hacerlas, de tener que repetirles una y mil veces que las terminen para poder salir a jugar. Sé que estas ganas tan palpables de aprender no se mantendrán con todas las materias ni será así con todo lo que estudien, que algunas cosas les gustarán más que otras. Sé que su aprendizaje en este momento esta cargado de una inocencia que no durará por siempre.
Pero en este momento, en este instante vivo por esos ratos de no hacer más que dictarles palabras, deletrear y explicar, traducir y repetir. Son tardes en las que el desarrollo de mis hijos se me presenta tangible y cercano y me regala momentos de mucha satisfacción.
Resulta que estar sentada en el piso con mis hijos diciendo letras en voz alta de repente es el mejor plan del mundo!
Pd: estas fotos son de hace un año, los dos en su cama jugando a leer. Los veo hoy y aquí tienen cara, pelo y expresiones de tanto más chiquitos que ahora.
Verdad absoluta de la maternidad: ¡el tiempo pasa volando!