En mayo del año pasado empacamos nuestra vida y nos mudamos de NYC a Houston. Dos meses después fuimos a visitar a mi hermano por el nacimiento de mi sobrino y un año y medio más tarde volvimos a pasar las navidades.
Debo confesar que escribí muchas listas con todo lo que quería visitar en los escasos 4 días que pasaríamos en nuestra querida ciudad. Principalmente lugares ya conocidos a los que me daba mucha ilusión volver. Me moría por pasear por Central Park, por jugar en el playground que visitábamos prácticamente cada tarde… caminar y recorrer y tomar fotos en los mismos lugares que ya tantas fotos tenemos pero ahora con unos Pirulingos más grandes. Quería comer brunch como lo hacíamos casi cada fin de semana, quería conocer la nueva etapa de high line, quería pasear por midtown viendo vitrinas decoradas de navidad, comerme un key lime cheese cake en magnolia bakery y seguir paseando por rockefeller plaza. Quería enseñar a los Pirulingos todas las decoraciones de mi cuento de navidad en NYC porque ellos las vieron muchas veces pero no creo que las recuerden. Quería comerme una galleta de levain bakery, quería pasear por Soho, recorrer la orilla del Hudson River, entrar en Chelsea Market y recorrer meatpacking district.
Quería, quería, quería…
Pero al llegar a Nueva York y comenzar el trayecto desde el aeropuerto hasta la casa de mi hermano, quien además vive en el mismo edificio en el que vivimos por 4 años, me sentí totalmente diferente. Apenas abrí la puerta del Taxi y saludé a los mismos vigilantes como si nunca nos hubiésemos ido, al verlos reconocerme y emocionarse de ver a mis hijos tan grandes, toda esa ansiedad de recorrer se esfumó.
De tan solo ver a Matteo mi sobrino compartir con sus primos y darle un abrazo apretado a mi mamá, se me quitaron las ganas de querer hacer más de lo posible en unos días que le pertenecen a la familia, a las reuniones y las conversas, a los niños y a la calma y la tranquilidad de simplemente comer rico, estar juntos y disfrutar esa compañía… esa que no se tiene todo el año.
Y entonces una tarde de lluvia salimos a pasear por nuestro antiguo vecindario y los Pirulingos se quedaron dormidos regalándonos un almuerzo de champaña y conversa en uno de nuestros restaurantes favoritos. Y entonces el 24 lo pasamos en familia y el 25 amanecimos en la emoción de los regalos y nos quedamos en pijama sin siquiera salir porque nos sentíamos tan bien y la verdad no provocaba.
Y entonces los primos jugaron, los hermanos hablaron y las abuelas disfrutaron a sus nietos que viven lejos.
Y después todavía quedó tiempo de recorrer Central Park, de perseguir enormes burbujas de jabón con una música de fondo de violines y contrabajos y hacer un picnic y terminar en una gran juguetería tocando un piano con los pies.
Y alcanzó el tiempo para dejar los nietos con la abuela y salir a cenar y luego de comer divino pasear por washington square park y volver a sentir esa vibra de la ciudad que nunca duerme…
Y no importa si en la lista no logré tachar todas esas cosas que quería hacer. Después de estar allí me di cuenta que la nostalgia que sentía por esos lugares tenía mucho de ilusión, son lugares conocidos, ya los viví, ya los disfruté y seguramente volveré…
Después de estar allí me di cuenta que la verdadera nostalgia era la de las personas y con ellas fue que intensamente compartí esos días para ahora guardar esos momentos y que me curen la melancolía cuando toque mi puerta.
Son consecuencias de vivir lejos y entonces viajar puede significar mas que pasar la navidad en NYC, simplemente pasar la navidad en familia!