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Hace algunos fines de semana, nos despertamos el domingo con unas ganas enormes de ir a la playa… Llevábamos tiempo queriendo ir y por diferentes razones lo habíamos pospuesto. Pero esa mañana no, esa mañana preparamos todo rápido y nos fuimos felices a Galveston que son las playas que nos quedan a una hora, a las que ya habíamos ido y en las que habíamos disfrutado anteriormente.

Pero apenas llegamos nos dimos cuenta que la playa no estaba en su mejor día: el mar se veía más revuelto, la orilla estaba llena de algas… Seguimos por la costa buscando un mejor punto para pararnos y cuando creímos encontrarlo nos dimos cuenta que el panorama era el mismo… Incluso la arena justo en la orilla no estaba suelta y clara como para las creaciones que los Pirulingos venían dispuestos a hacer en ella.

La vista nos desalentó bastante, llegamos a pensar dar media vuelta y regresar sintiendo que así no valía la pena… pero ya estábamos allí así que decidimos quedarnos y sacar lo mejor del día…

Y nosotros pensando en conformarnos y el día nos regaló mil maravillas: nos sentamos un poco más atrás donde la arena sí estaba suelta y clara y los Pirulingos se deleitaron empanizándose mientras construían castillos y huecos para llenar con agua. El día estuvo lleno de un sol caliente pero también una brisa que nos refrescó a Andres y a mi mientras conversábamos tranquilamente viendo a Andres Ignacio y Eugenia jugar sin parar. El agua, más allá de las algas en la orilla estaba a la temperatura perfecta para refrescarse del sol y esa playa es súper bajita, ideal para el tamaño de unos Pirulingos que no dejaron de correr olas, saltar olas y chapotear. Nos bañamos los 4 y disfrutamos enormemente ese momento y mientras veía a mis hijos disfrutar y reírse me di cuenta de 2 cosas que son las que me hacen escribir este texto.

Por un lado fue un momento que me hizo ver muy claro la maravilla de percibir el mundo a través de mis hijos! Ellos me regalan la posibilidad de ver las cosas con la sencillez y la inocencia de sus miradas. Estar con ellos me permite centrarme en lo positivo que generalmente es lo que ellos notan, es lo que ellos resaltan y es lo que nos regala esos pequeños instantes de plenitud y felicidad.

Y al mismo tiempo sentí que nuestro día de playa, casi arruinado sin razón, era una metáfora perfecta de cómo es la vida. Porque muchas veces si vemos un poco más allá y logramos centrarnos en lo positivo descartando lo que aparentemente nos molesta; si nos enfocamos en las cosas buenas y no nos quedamos con lo malo… pueden venir grandes cosas y de allí surgen los momentos especiales, los que perduran, los que se vuelven memorables.

Y con esos pequeños momentos se construye la felicidad!

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