Ser mamá es un oficio hermoso pero está lleno de miedos.
Al principio todo nos da miedo, porque no sabemos, porque no estamos seguros, porque no queremos cometer errores, porque queremos demasiado a nuestros hijos y no queremos que nada malo pase, que nada salga mal…
Y los miedos dan pie a las dudas, los cuestionamientos, si estaremos o no haciendo lo correcto, si debemos hacer las cosas de diferente manera…
Vivimos mirándonos al espejo y encontrando una imagen borrosa de nosotras como madres, que no esta definida sólo porque a veces no nos permitimos ver que a pesar de los errores y las dudas, somos las mejores mamás de nuestros hijos, llenas de un amor infinito, las mejores intenciones y un instinto certero que nos ayuda a simplemente hacerlo bien.
Ellos lo saben.
Nuestros hijos no nos ven borrosas. Nuestra imagen es más nítida en sus ojos que en ninguna otra superficie. Tienen muy claro cuánto los queremos, se dan cuenta de nuestros cuidados, saben que no hay mejor tiempo que el que transcurre a nuestro lado.
Para ellos somos perfectas: buenas, cariñosas, lindas, entregadas, divertidas, fuertes, protectoras. Nuestros abrazos son los más seguros, nuestros besos los más dulces, nuestras palabras las más sabias, nuestras voces las más melodiosas.
Así me siento yo cuando, en vez de mirarme al espejo, me busco en los ojos iluminados de mis Pirulingos que se pelean por sentarse a mi lado o quieren que me acueste con ellos, que nada disfrutan tanto como un cuento leído por mí o que me buscan sin remedio cuando se sienten mal para que los sobe y los calme.
En sus ojos siempre soy una mejor versión de mí misma y hoy decido quedarme con esa versión.
No sólo porque ellos son la mayor inspiración para querer ser cada día mejor, sino porque ellos, más que nadie, se dan cuenta, y finalmente tienen la razón!
Pd: este texto tiene varios días en mi bandeja como “borrador”. Ayer vi este video, que además de reafirmarme lo que pienso, me hizo finalmente publicarlo!