“Hoy es nuestro último día en NYC, tenemos que hacerlo contar”, pensé cuando me desperté muy temprano el 21 de mayo.
Comenzó el día, los Pirulingos aún estaban dormidos y quería aprovechar precisamente su sueño para terminar de arreglar algunas cosas. La casa estaba llena de cajas, todo empacado desde el día anterior. Sonó el timbre y a la hora acordada llegaron los señores de la mudanza que terminarían de desmontar los muebles y llenarían el camión con nuestras cosas… Entre directrices para sacar cajas y acomodos de última hora mi mente voló en el tiempo hasta ese día hace 4 años cuando con 8 maletas y un barrigón llegamos a esta ciudad.
Me acordé de la despedida, de esa tristeza que se mezcla con ilusión y te deja con un coctel de sentimientos que no sabes cómo demostrar… y de las hormonas que alborotaban todo y dejaban las lágrimas correr y correr…. me acordé cuando suspiré y me persigné al aterrizar, del camino desde el aeropuerto y yo asomada por la ventana intentando absorber la ciudad, apoderarme de ella con solo respirar su aire. Me acordé del apartamento al que llegamos por un mes en pleno Times Square, y cómo agradecimos estar en una ubicación tan céntrica en nuestra llegada solo para confirmarnos que no queríamos vivir en tanto bullicio! Me recordé las primeras salidas, los primeros restaurantes, el primer musical de Broadway que veíamos siendo locales, diferenciándonos de los turistas solo en nuestro orgullo de ser neoyorkinos temporales. Me acordé las primeras caminatas largas, pude revivir los callos en los pies por algun zapato que no estaba acostumbrado a caminar tanto, recordé que 10 cuadras parecía un tramo largo y que enseguida se volvió absolutamente cotidiano.
Reviví la primera vez que fuimos al Upper East Side y caminanos por sus aceras perfectas y vimos un desfile de coches y niños y entendimos que la ciudad tiene zonas familiares. Pude revivir la alegría de aquel verano, los días largos, las películas al aire libre, las ganas de aprovechar al máximo ese tiempo de pareja que tendríamos antes de nacer Andres Ignacio.
En eso uno de los señores me llamó para preguntarme algo y logró abstraerme de mi viaje en el tiempo, solo por un instante porque verlos mover las cajas me hizo de nuevo comenzar a recordar aquel día que llegamos por primera vez a ese apartamento: el alivio de conseguir un excelente lugar para vivir, la maravilla de tener 2 cuartos y la certeza que los closets no alcanzarían para nada. La linda sensación de saber que en ese espacio crecería nuestra familia y la ilusión de decorar un cuarto con animales de la selva pero también con un sofá cama para poder recibir visitas.
Entonces recordé cómo se fue llenando el espacio, como fuimos haciéndolo nuestro con una alfombra, un adorno o una repisa que guardara nuestros libros y poco a poco se llenara de juguetes y cuentos infantiles.
Andres Ignacio y Eugenia veían el movimiento, se daban cuenta que ya no había dónde ver TV, dónde dormir o dónde sentarse y ojalá ellos pudiesen recordar como yo cada juego, cada risa, cada llanto entre esas paredes. Ojalá pudiesen recordar sus primeros pasos, las noches en que dormimos juntos todos en nuestra cama o las que durmieron en su cuarto, las comidas en familia, las reuniones con amigos…
“Terminamos señora, los muchachos estan sacando la última caja. Gracias por todo, feliz viaje” me dijo el encargado justo antes de hacerme firmar los últimos papeles. Fue entonces cuando miré a mi alrededor y vi el apartamento totalmente vacío, como el primer día. Solo quedábamos nosotros y algunas maletas con ropa, pero aquel día éramos 2 y hoy salíamos 4; en este tiempo nos multiplicamos y de la misma manera se multiplicó el amor y la felicidad en nuestras vidas y esas paredes fueron testigo. Miré a mi alrededor y pude revivir el día que llegamos y comimos chino traído de un restaurante cercano que había pasado un volante por debajo de la puerta para salvarnos la vida, no tanto como nos la estaba salvando Victor Julio ayudándonos a armar todos los muebles de Ikea que acababan de entregar. Recordé lo lindo que era tener a mi hermano en NYC y la felicidad cuando dos más se nos unieron. Recordé que fuimos afortunados de recibir familia y amigos y disfrutar con ellos esa, “nuestra” ciudad y mostrársela sintiéndonos orgullosos de conocerla íntimamente.
Me di cuenta que el apartamento estaba vacío pero nosotros estábamos llenos de buenos recuerdos y ellos, como los muebles y los libros, los llevamos con nosotros.
Montamos a los Pirulingos en el coche y salimos a comer, bajamos por segunda avenida para aprovechar de dejar unas bolsas en un centro de donación y sin conocerlo nos decidimos por un restaurante vietnamita en la esquina de la 88 y 2da avenida… una vez más la ciudad nos sorprendió con una comida rica en cualquier huequito que uno se meta.
“Es nuestro último día en NYC, tenemos que hacerlo contar”, pensé cuando me desperté muy temprano el 21 de mayo.
Y fue entonces cuando me di cuenta que han sido 4 años que contaron, 4 años de vivir y disfrutar una ciudad maravillosa. Que no importaba si el último día hacíamos mucho o poco o si quedaba para la posteridad porque nos llevamos con nosotros todas las vivencias, los logros, los sueños realizados….
Y aunque nos acompañe la eterna nostalgia de los amantes cuando se separan, dos pedazos de NYC se van con nosotros y un pedazo de nuestro corazón se queda por siempre en algún lugar en la 95 entre 2da y 3era.
Pd: Dear New York
Q lindo esto Toti, Me encantó!