Miércoles 22 de agosto.
Un día que amaneció aparentemente como cualquier otro. Muchas diligencias pendientes, actividades con los Pirulingos. Me levanté y comencé a hacer lo de siempre: desayuno, vestirnos, prepararnos para ir a la última clase de música en el parque… mientras hacía todo esto sentí algo raro.
Me di cuenta que algo me faltaba, que eso que me faltaba de alguna manera me hacía sentir más pesada y que eso que me faltaba era vital para sobrevivir el día que teníamos por delante.
Me faltaba la paciencia! No había ni un gramo de paciencia dentro de mi y con ella parecía haberse ido mi tolerancia y toda la dulzura con la que generalmente trato a mis Pirulingos.
Pobres Pirulingos!
El día pasó lento, dificil, pesado y complejo. Mis pobres niños tuvieron que calarse una mamá que sentía que se ahogaba en un vaso de agua. Las graciosas insistencias de Andres Ignacio ese día no las veía graciosas; las exploraciones de Eugenia resultaban cada vez en un regaño. El miércoles más de una vez dije cosas que enseguida quise no haber dicho y sobre todo de formas que enseguida quise que hubiesen sido más dulces, más ligeras o más despreocupadas… Pero por más que buscaba no había dulzura dentro de mi, la paciencia se la había llevado toda y ni siquiera sabía por dónde comenzar a buscarlas…
Porque no había ninguna razón explícita para que yo me sientiera así…
Y era la primera vez, primera vez desde que nació Andres Ignacio que me sentía de esa manera… Ni las noches cortas con Pirulingos recién nacidos, ni los días agitados aprendiendo a manejar dos bebés, ni las largas tardes de invierno sin poder salir me habían hecho sentir un peso tan grande en el pecho y el remordimiento inmediato cada vez que me dirigía a mis chiquitines…
Pero sin haberlo planificado, el día terminó con una cena solos Andres y yo gracias a que los Tíos Gusy y Juliana cuidaron a los Pirulingos.
Y parece que una cena sola con Andres era precisamente lo necesario para aliviar algunas penas…
Jueves 23 de agosto
Un día que amaneció como cualquier otro pero que no alcanzaron las horas para tanta risa y tanta diversión. Un día lleno de sorpresas, clase de Fútbol, parque, caja de arena, merienda en la grama, música, canciones, nuevos cuentos y una mamá feliz de reencontrarse y que logró retribuirle a sus Pirulingos toda la dulzura, los besos, abrazos y acciones que faltaron el día anterior…
Andres trabajó hasta tarde, cuando eso sucede me toca acostar a los Pirulingos simultáneamente. Nos acostamos los 3 a leer un cuento, rezar y los 2 se durmieron al mismo tiempo haciéndole cariños a su mami… como si en silencio ellos también estuviesen contentos de haberme recuperado!