Hoy no me siento una buena mamá. Hoy ni siquiera me siento una buena persona porque sencillamente no me siento bien para nada. Me duele todo el cuerpo, estornudo cada 15 seg, me cuesta tener los ojos abiertos y son las 4pm y no me he quitado la pijama. Estoy enferma con Cristobal enfermo y con Eugenia que acaba de salir del mismo Virus que nos ha atacado maléficamente uno a uno sin piedad. Llevo muchas noches sin dormir bien, cuidando cabecitas con fiebre, cantando canciones a media noche y dando medicinas de madrugada. Y entonces me tocó también a mí y me enfrento a la paradoja más grande de la maternidad, porque ser mamá es entregarte al cuidado de otros pero a veces llegan estas situaciones que te plantan en la cara la realidad que también tienes que cuidar de ti misma y ni que te sientas mal tendrás opción de un break.

La maternida esta llena de colores y en general nuestros hijos nos muestran esa gama de tonalidades y ese arcoiris de emociones: sus vidas, sus risas, sus palabras, verlos crecer, sus demostraciones de afecto… Esa es la maternidad colorida que soñamos y vivimos y que nos ayuda a seguir adelante.

La maternidad esta llena de grises, una escala larga de tonos sin color representada en los momentos difíciles en los que no sabemos qué hacer, que la culpa o la duda nos ganan la batalla, cuando perdemos la paciencia, cuando gritamos demasiado, cuando olvidamos reírnos de ellos y de nosotras mismas, cuando no dejamos pasar una travesura y que en vez de un regaño, nos saque una sonrisa. Los momentos grises de la maternidad se cuelan entre los colores, se filtran en nuestro día a día y generalmente la lucha de la mamás es ese eterno intento de volverlos momentos de color, superarlos integrándolos al arcoiris.

Y la maternidad tiene espacios en blanco y negro y oscuridad total también. Y yo hoy echada en mi cama sintiendo que cada hueso y cada músculo de mi cuerpo me dolía y aún así teniendo que atender comidas y necesidades de Ashio y Eugenia, teniendo que tomar regularmente la temperatura de Cristobal, pegándomelo al pecho más que frecuentemente y dándole extra de amor por SU malestar, me di cuenta que muchas veces la oscuridad en la maternidad llega cuando nos enfrentamos a la realidad de que no somos prioridad, de que nos debemos a los hijos por encima de nosotras, que cuando ellos nos necesitan de maneras impostergables debemos dejar pasar incluso nuestros malestares, nuestros dolores, nuestras necesidades. No existe un break, no podemos escapar de esa realidad porque ellos dependen de nosotras y nosotras los amamos tanto que estamos dispuestas, pero en el camino perdemos el color.

Y lo escribo sabiendo que lo mío es un Virus que pasará, que cuento con Andres que incluso vino a almorzar para ayudarme un poco y que esto que padezco no es nada grave… No me estoy quejando pero me ha hecho pensar en las situaciones que si son graves y las mamás que las padecen.

A veces la cuarentena y el cóctel hormonal del postparto nos deja en la oscuridad, a veces el insomnio y dar de comer al bebé 5 veces en la noche nos deja en la oscuridad, a veces soñar con la lactancia sin entender sus sacrificios nos deja en la oscuridad,  a veces no poder balancear trabajo y familia nos deja en la oscuridad, a veces las criticas de otros y la culpa que sentimos nos dejan en la oscuridad. A veces olvidamos que con la maternidad todo cambia y tenemos expectativas irreales que cuando se contrastan con la realidad de entrega y sacrificio, nos dejan en la oscuridad.

Y en la oscuridad nos cuesta apreciar los colores, no los vemos, no los podemos disfrutar. Y hoy pienso que de repente la salida está en nosotras y está en ellos, en saber que no siempre puede haber color pero disfrutar el arcoiris cada vez que lo encontremos. En atesorar los momentos rojos, verdes y amarillos que nos regalan nuestros hijos diariamente y guardarnos un poquito en el bolsillo. En transitar  los grises sin remordimiento, tratando de aprender de sus matices y cuando estemos en negro, cerrar los ojos, respirar profundo y buscar la luz, la que escarbamos de otro momento de color o la que viene de abrir nuevas ventanas; la que nos permita poner todo en perspectiva y volver encontrar el color, la alegría y la ilusión.