Todo fue muy raro, el orden de las cosas estaba invertido y me dificultó distinguir las señales. Me había venido la regla, como cada mes, regular, a tiempo. En el momento fue simplemente otro ciclo pero viéndolo en retrospectiva sí hubo variaciones. Pasaron los días y comencé a sentir cosas raras… Un sueño inminente que me tumbó en una siesta inusual e insospechada que no podía evitar… Una sensación en mis pechos que yo sabía con qué asociar, pues ya la había sentido dos veces cuando aquellas pruebas dieron positivo. Me encontré pensando «si no me hubiese venido la regla hace 2 semanas pensaría que estoy embarazada», pero enseguida descarté ese pensamiento.

Días después un dolor de vientre me tumbó: un dolor muy fuerte, como de contracción de parto, un dolor que ya había sentido en circunstancias tan diferentes que se me dificultaba reconocerlo en un escenario tan poco parecido y tan poco trascendente. El dolor duró un buen rato, me quedé acostada buscando la posición que me permitiera que pasara y cuando su intensidad fue menor logré llegar al baño y pude ver que sangraba.

Llamé a mi mamá, le conté y enseguida me preguntó lo que parecía evidente: estás embarazada? pero de nuevo la presencia de ese ciclo días antes me nublaba esa opción. Luego de trancar con ella recordé que hay «falsas reglas'» y me fui corriendo a la farmacia a comprar una prueba de embarazo. Minutos después tenía un resultado positivo en mis manos que me tomó por sorpresa de una manera totalmente agridulce…

Imposible no sentirme emocionadísima cuando tanto deseaba otro bebé… la ilusión es una sensación que supo llegar muy fácil y sin darme cuenta inmediatamente fantaseaba con esa idea de un chiquitico en la casa. Pero la inminencia de ese dolor y ese sangrado me bajaron de la nube en la que me monté y me sacaron lágrimas de sólo pensar en lo peor.

El desenlace fue una pérdida, un legrado y mucha desilusión. Parece mentira pero no hace falta sino ver esas 2 rayitas en una prueba de embarazo para que la posibilidad de otra vida sea tan real. Yo no llegué siquiera a escuchar el corazón de mi bebé y sin embargo la sensación de haberlo tenido no me la quita nadie, al igual que el inmenso vacío luego del curetaje.

Pasa todos los días y a tantas mujeres. Pasa aunque no te enteres, algunas lo dicen otras se lo guardan. Pero de alguna manera ese sentir colectivo alivia, no se trata de «mal de muchos, consuelo de tontos» sino de saber que no se está sola en esa pérdida ni en la desilusión y el vacío.

Seis meses después otra prueba daba positivo y ahora que lo escribo estoy a 2 semanas de, si Dios quiere, tener a mi bebé en brazos. Los llaman bebés arcoiris porque vienen a llenar de luz y color después de la oscuridad y la tormenta. Pero lo que yo descubrí es que la tormenta no solo se vive con la pérdida sino que un pedazo de ella es como la sombra de un fantasma que me ha acompañado durante todo este embarazo.

Es el miedo, el pánico de que suceda de nuevo. Es saber que duele y no querer sentir de nuevo ese dolor. Es conocer lo frágil que es la vida cuando comienza a formarse y estar más consciente de que cada momento cuenta. Es sentir que no tenemos manera de ejercer control, es abandonarnos en la fe. Es rezar con más fervor, es pedir y pedir que todo este bien. Es que tu corazón se acelere entre miedo y emoción cada vez que vas a ver o escuchar a tu bebé. Es no pensar en fatalismos pero a veces sentir esos pensamientos rondarte la cabeza.

Es ser madre, es conocer ese amor enorme y sentirlo por una vida aun sin haberla visto a los ojos. Es que los latidos a través de un monitor basten, las imágenes de un ecosonograma sobren y los movimientos de tu bebé sean más que suficientes para enamorarte perdidamente.

Hoy escribo y me queda muy poco tiempo para que ese fantasma se esfume, para que algunos miedos se desvanezcan y otros tomen posesión… Pero los nuevos serán miedos acompañados de piel suave, olor a bebé y largas horas de vernos y reconocernos.

Lo que sí me queda claro es que ese pedacito de vida que existió y se fue, en realidad siempre se queda… y sin pedir permiso se apodera de una esquina de nuestro corazón para siempre.