Ayer tuve un día emocionalmente muy cargado: cargado de sentimientos, de culpa, de ganas de estar más pegada que nunca a mi chiquitica que tuvo que ir al dentista por segunda vez en los últimos 3 meses a que le llenaran caries y le pusieran una corona, su tercera corona.

En la boca pequeña de mi hija de 4 años y medio, las 3 coronas que tienen se ven – y en mi corazón se sienten – como unos puñales que me atraviesan el corazón… Ella las lleva con orgullo y las muestra como señal de la valentía que mostró en las dos visitas al odontólogo con sedación y malestares incluidos. Para ella son algo diferente y las muestra con alegría. Para mí de alguna manera son una muestra de un fracaso y me recuerdan la culpa que siento por el estado de su boca.

Cuando Eugenia tenía dos años fue por primera vez al dentista, la revisaron y la doctora le vio algunas caries incipientes, pero más allá de hablar conmigo sobre las necesidades de Eugenia y lo que debía hacer de ahí en adelante, fue muy dura conmigo cuestionando mi capacidad de cuidar a mi hija para que siendo tan pequeña tuviese los dientes en ese estado.

Mi reacción tampoco fue buena, simplemente me puse a la defensiva sintiendo que sus acusaciones habían sido excesivas y sobre todo – y mi principal error- descartando su diagnóstico.

En vez de quedarme con lo importante y descartar sus ataques, boté a la basura esa experiencia y perdí una gran oportunidad de estar encima de la boquita de mi hija que estaba comenzando a sufrir. Si, Eugenia tuvo y tiene una rutina de cuidado bucal adecuada, igual a la de su hermano a quien no le aquejan esos males; pero cada niño es diferente y la boca de Eugenia merecía cuidados especiales que yo no le supe dar.

El resultado de muchas variables que intervinieron es una boca que ha sufrido mucho, más visitas al dentista de lo necesario, más caries qué rellenar de las que me gustaría admitir y 3 coronas. El tratamiento se lo tuvieron que hacer en dos partes en dos días diferentes y esos dos días -el último de ellos ayer- son los días en los que las culpas de la maternidad me han pesado más. Han sido días en los que he reflexionado mucho mientras doy comidas suaves a mi hija y la consiento para que se sienta mejor. Me han hecho pensar mucho en lo que hice y lo que pude hacer mejor, en mi rol de velar por la salud de mis hijos y el fracaso que esto podría significar. Puede que en el balance, entre lágrimas y culpas haya sido muy dura conmigo misma, pero sin duda es una experiencia que me ha enseñado mucho, que me ha dejado 5 lecciones de maternidad que aprendí gracias a los dientes de Eugenia:

1.- No siempre es bueno ser una mamá relajada: Y es que así es mi maternidad, relajada. Yo no suelo ser obsesiva con las cosas ni demasiado preocupada. Eso generalmente es bueno porque me evita agobios innecesarios y ser así de relajada se alimenta de altas dosis de paciencia que trato de seguir cultivando… Pero como todo en la vida hay que encontrar un balance y mi despreocupación ocasionó que no tomara con más precisión el diagnóstico de Eugenia dejando pasar más tiempo del debido antes de la siguiente visita al dentista.

2.- Sentirme malamadre no soluciona nada: la culpa y darme mil golpes de pecho no van a arreglar la situación. Reflexionar sobre lo que pasó, enmendar y seguir adelante, sí. Dejé de sentirme la peor madre del mundo y comencé a ver la situación con un poco de perspectiva para que no pase de nuevo, para sacar lo mejor de ella y acepté que aunque hubo cosas que pude hacer mejor, también…

3.- Hay cosas que escapan de nuestras manos: y es que la boca de Eugenia resultó ser un tejido débil y aunque hubo cosas que se pudieron evitar yo no podía saber que eso era así, ni las últimas consecuencias porque aquella doctora precisamente no se centró en explicármelas. Porque Eugenia tuvo meses con una tos alérgica en la que yo le daba de medicina un inhalador -la mayoría de las veces justo antes de dormirse- y no hubo doctor que me dijera que el contenido del inhalador que queda en su boca propiciaba aún más el desarrollo de las caries. Porque mi hija es una niña que vive en un hogar en el que, más allá de los errores, no le han faltado atenciones y cuidado.

4.- Tengo que enseñar a mi hija a cuidar muy bien de su boca: todo este tratamiento tiene que continuar, entendiendo que la situación de la boquita de Eugenia necesita cuidados especiales. Significa poder transmitírselo a ella para que incluso cuando yo no esté recordándoselo, ella lo tenga muy presente.

5.- Ver lo positivo en las adversidades: finalmente todo esto es una excelente oportunidad de aprender, tanto ella como yo, a ver lo positivo en las adversidades. La Valentía con la que Eugenia afrontó sus tratamientos diciendo incluso cosas como que tenía que «enfrentar sus miedos» el día antes de ir al dentista y el saber que se trata de unos dientes de leche que se mudarán y tendremos una nueva oportunidad para cuidar muy bien los que salgan nuevos y definitivos.

Esta mañana amanecí menos afectada por toda la situación, pensarla y escribirla siempre me ayuda y saber que mi chiquitica está bien es la mejor recompensa. Son los altibajos de la maternidad, efectivos y necesarios para hacernos reflexionar y no perder el camino de una labor que no para y que nos guarda tesoros de aprendizaje en donde menos los esperamos.

Pd: Pensamientos en una sala de Emergencia