Hace mucho tiempo vi la película Brave o Valiente con mis hijos. Desde que escuché de la película y leí sobre ella antes de verla, muchos comentarios se enfocaban en resaltar esta historia como una de Princesas diferentes al estándar al que estábamos acostumbrados: la falta de un príncipe, el carácter de guerrera y de rebeldía de la protagonista, los rasgos y su pelo suelto y al natural. Sabía que no sería un película más, pero no fue ninguna de esas características la que me hizo reflexionar.

El papel de la madre y su relación con Mérida, sin embargo, dejaron una profunda huella en mi y me han hecho pensar mucho en mi rol de madre, mis maneras con mis hijos, la importancia de las reglas y el valor de la libertad… Sobre todo me han dejado con un miedo enorme a convertirme en Mamá Oso!

Ya hace mucho que la película está disponible, así que espero no arruinarle la historia a nadie con este post, pero al principio de la película se ve una niña alegre y aventurera que tiene una conexión muy especial con su padre y una relación un poco más formal y jerárquica con su mamá. Ella es quien le dice cómo pararse, vestirse o comer, es quien le saca su lado rebelde con tantas reglas y protocolos con los que la princesa no está de acuerdo… Todo esto mientras las sonrisas y momentos de complicidad con su padre no pasan desapercibidos.

Y a veces, muchas veces esa es la situación en mi casa: en el día a día soy yo quien pone reglas y las hace cumplir, soy yo quien además está la mayor parte del tiempo con mis Pirulingos para reforzar modales, modelar conductas, regañar, poner límites, controlar pataletas, administrar la tele, decir qué se come y que no y negar frecuentemente el dulce que quieren comerse antes de haber terminado su plato de comida… No es más que la crianza, la del día a día, la de repetir mil veces las cosas, la que, si la dejamos, nos consume entre reglas, mandamientos, come con la boca cerrada, es hora de irse a dormir, vamos a hacer la tarea, no puedes comer helado, no te montes en la mesa, dejen de pelear, vengan a comer, ya es hora de apagar la tele, etc, etc, etc.

Andres llega de largos días de trabajo y ese es su momento: el de reírse, correr, jugar con unos Pirulingos generalmente con tareas hechas, actividades disfrutadas, bañados y listos para cenar en familia. A veces lo veo tirado en el suelo y a la vez que agradezco que esa sea su actitud y aún le queden energías para ese disfrute total, mientras oigo las risas de mis hijos que retumban siento celos de ese instante y muchas veces tengo que contenerme para no comenzar con las reglas porque ya se acerca la hora de cenar y pedirle sutilmente que no los alborote tanto porque pronto será hora de dormir.

Andrés es mi compañero de vida y lo es igualmente en la crianza de mis hijos… es un papá maravilloso que está al tanto de cada detalle la vida de sus hijos, entre los dos guiamos este barco y muchas noches, cuando ya los Pirulingos duermen, conversamos y filosofamos sobre el futuro y la crianza de nuestros hijos. Y aunque Andres también regaña, pone límites y administra las conductas de Andres Ignacio y Eugenia, muchas veces siento que él decide concentrar su tiempo en la risa, en el juego y en el disfrute de sus chiquitines.

mi familia

En cambio yo me la paso en el debate, en una dualidad entre firmeza y relajo que a veces no encuentra equilibrio. Me veo en el espejo y a veces mi reflejo se parece al oso en el que se convierte la madre de Mérida. Y en la historia solo así logran reconciliar su relación a través de una comunicación nueva con un código totalmente diferente fundamentado más en las semejanzas que en las diferencias, en los sí más que en los no… una relación entre ellas que se reconstruye a través de la compasión de la hija y el corazón de su madre que se ve en la necesidad de renovarse al encontrarse atrapado en esa nueva piel.

Por eso me marcó tanto esa película, porque no quiero ser mamá Oso… trato de no olvidar que la educación, la crianza, las reglas son importantes pero más lo son las risas, los juegos y los momentos memorables que pase con mis hijos. Que esta es su infancia y una segunda oportunidad que me regala la vida para yo vivirla, para ver el mundo a través de las cabecitas inquietas de mis hijos. ¡Que no se me olvide!

Que la complicidad reine en mi relación con mis hijos más allá de los buenos modales, que no sea más importante que la cama este tendida que tumbarnos en ella y hacernos cosquillas, que no me de flojera sentarme a jugar, disfrazarme de princesa o correr detrás de Andres Ignacio. Que el sol no sea excusa para no hacer un castillo de arena con ellos y saltar persiguiendo olas, que no me importe un reguero si me ayudaron a preparar la cena…

Por eso hoy escribo porque no se me olvide que mi único remedio para no convertirme en mamá Oso es ponerme a la altura de mis hijos y ver el mundo desde su perspectiva… y así disfrutarlos a ellos y no dejar pasar la magia de este momento maravilloso de mi vida en el que ellos me regalan vivir de nuevo esa época tan linda llamada infancia!

Pd: una reflexión sobre dejarlos ser pequeños, y lo verdaderamente importante.

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