Llega el día de la madre y uno comienza a soñar con todos los consentimientos que va a recibir, las cartas de amor de los hijos, el desayuno en la cama hecho por el esposo o la comida en un restaurante con la familia… Por todas partes vemos listas de regalos para todo tipo de mamás que van desde una prenda, una cartera, un libro; hasta un masaje o sesión de spa para relajarse y desconectarse. De repente los días previos al de la madre estan llenos de expectativas que nada se corresponden con la vida de mamá y queremos y soñamos con un día que sea un oasis, un descanso a las labores interminables de madre: de cuidar, alimentar, vestir, acompañar, enseñar, cambiar pañales, dormir, leer a nuestros hijos.

Esta mañana me despertaron Andres y los Pirulingos saltando sobre mi con flores y una tarjeta llena de letras y dibujos de amor. Salimos a comer un brunch especial muy rico y muy bien acompañados con amigos que son tan cercanos que los niñitos son pandilla y la pasan buenísimo juntos: hubo comida y hubo mimosas, hubo conversación y hubo mucho consentimiento.

Cuando regresamos a la casa, después de ponerme al día con llamadas, mensajes y fotos del día a las madres que no están cerca; me senté con los Pirulingos acompañándolos mientras armaban lego y veían tele. Me pidieron algo de merienda y se los busqué, me pidieron agua y se las busqué… al rato les dio hambre y me di cuenta que ya era hora de cenar.

Me fui a la cocina a preparar la cena, y mientras lo hacía comencé también a preparar las loncheras del día siguiente, vaciar los platos del lavaplatos y poner a lavar los que estaban sucios acumulados desde ayer, preparar uniformes y revisar papeles del colegio. Muchas de las tareas de las que en principio queremos descansar el día de las madres. Porque se es mamá todos los días y a veces creemos que la mejor manera de celebrarlo es, por un día, centrarnos en nosotras y no en nuestros hijos.

Y entonces mientras servía la cena con un poco de desdén, mis Pirulingos se sentaron a comer y como si me leyeran la mente comenzaron una retahíla de alabanzas y muestras de afecto que enseguida me plantaron una gran sonrisa. Y entre bocado y bocado me recordaron que su comida favorita es la que yo les hago. Y entre sorbido y sorbido se pararon de sus puestos para venir a darme un abrazo y repetirme con ojitos iluminados ¡feliz día de las madres! Y antes de querer repetir un poco de pasta, me reafirmaron lo mucho que me quieren.

Y yo no pude sino sentir, creer y pensar que de repente de eso se trata el día de las madres, de celebrar esas pequeñas grandes cosas que hacemos y calan hondo en nuestros hijos, lo cotidiano de ser mamá que siendo la labor más ordinaria del mundo resulta absolutamente extraordinaria si la vemos con el cristal de quien recibe: los hijos que siempre saben demostrar su agradecimiento e infinito amor. De repente el día de la madre se trata de preparar una rica cena y comerla saboreando cada bocado, pero sobre todo saboreando la compañía, el privilegio de que a nuestros hijos les parezca rica porque hay muchas madres que por muchas razones no se pueden dar ese lujo. De repente se trata de bañarlos y al momento de secarlos abrazarlos muy fuerte y no dejar de olerlos para que esa esencia de piel limpia no se nos olvide. Puede ser que no haya mejor manera de celebrar la maternidad que precisamente cuidando, alimentando, vistiendo, acompañando, enseñando, cambiando pañales, durmiendo, leyendo a nuestros hijos.

De repente pensé que la mejor manera de terminar mi día de las madres era escogiendo un cuento para leer con mis Pirulingos antes de dormir, como cada noche, pero por ser precisamente este día especial hacerlo un poco más acurrucados…

De repente el día de las madres se trata de eso, de leerles de nuevo la historia de Adivina cuánto te quiero para poder decir muy fuerte:

¡Te quiero hasta la luna de ida y vuelta!

Pd: Carta a mi mamá en su día, El día de las madres, Las madres en mi vida