Pasa con la maternidad que al principio uno tiene voces prestadas. A veces son prestadas de otros momentos de nuestra vida, puede ser la voz de nuestras expectativas, o la de nuestras ilusiones muchas veces demasiado ingenuas… Otras veces son voces de otros que escuchamos y tomamos prestadas sin siquiera pedirlo pero que íntimamente reconocemos a la perfección: nuestra mamá, nuestra suegra, nuestra abuela o alguna amiga cercana… Buscamos referentes de éxito, nos identificamos y tomamos sus voces como nuestras. Son aquellas que escuchamos con mayor atención y seguimos sus consejos, sus ejemplos, sus enseñanzas…

Pasa con la maternidad que como experiencia es infinitamente reveladora y nos enseña muchísimo a velocidades estrepitosas… En la maternidad nos encontramos con nuestros miedos más profundos y descubrimos las más grandes alegrías al tiempo que maniobramos como podemos para mantenernos en equilibrio entre tantos cambios y avalanchas.

Pasa con la maternidad que un día nos damos cuenta que tenemos voz propia. Al principio parece muda y con ella comenzamos a pensar y analizar cosas de una manera antes desconocida, pero aún no nos atrevemos a decirlas en voz alta, no nos sentimos con suficiente autoridad o aun nos da miedo lo que piensen los demás de nosotras. Pero a nuestra voz es difícil mantenerla callada porque si lo hacemos ella encuentra válvulas de escape para igualmente hacerse sentir a través de nuestros actos y no pasa desapercibida para quienes nos ven ahora con una autoridad y confianza adquirida y manifiesta.

Pasa con la maternidad que un día encontramos una voz propia, y es una que nos caracteriza y nos diferencia.

Nuestra propia voz nos pertenece tanto como nos pertenece la maternidad, es un derecho adquirido en cada una de las noches en vela que pasamos y en cada llanto de nuestros hijos que consolamos. Se forma de cada abrazo y caricia que les damos y se fortalece con cada preocupación que superamos haciendo lo que creemos es lo correcto y lo mejor para ellos. Es una voz que surge de un amor infinito pero lleno de miedos y de allí toma fuerza para a veces gritar y salir robustecida cuando los temores pasan. Es una voz que aprende rápidamente a hablar bajito y a cantar canciones de cuna. En nuestra propia voz encontramos a veces sabiduría desconocida que incluso nos impresiona a nosotras mismas cuando sabemos qué hacer sin tener que pensarlo 100 veces. Es una voz que nos hace reír de amor y ternura y de una felicidad insospechada que proviene de nuestros hijos.

Lo mejor que podemos hacer es conocerla y darle un lugar en nuestra vida de madres porque nuestra propia voz puede ser la mejor guía que tengamos, esa con la que siempre soñamos pero que no encontrábamos fuera de nosotras.

Pasa con la maternidad que a veces aprendemos sin darnos cuenta y es así como un día descubrimos que no hace falta autoridad para poder hablar en voz alta y que nuestra voz se ganó ese derecho desde que se formó junto a nuestro bebé por 9 meses dentro de nosotras y así también nació ella en el momento que nos convertimos en mamás!

Publicado el 23 de enero de 2013