Mi abuelo, Victor Eugenio Hernández Aular, murió ayer en Venezuela y mañana será enterrado en su querida tierra de Falcón..

Hoy escribo para ver si estas palabras ayudan a mi corazón a volar cerca de él.

Para mí es Papapa y no sólo es mi abuelo, también es mi padrino y mi tocayo y de mi Tinga Tinga porque las dos nos llamamos Eugenia gracias a él. Pero ahora que lo pienso Papapa es y fue mil cosas más que no hacen sino llenar el espacio ahora con sus recuerdos.

Murió de casi 93 años, en su cama, sin agonía y rodeado de su esposa y sus hijos. Tuvo una muerte que le rindió honor a su vida de fiel esposo, con 64 años de matrimonio con Mamama; de abnegado padre que crió amorosamente 4 hijos enseñándoles con su ejemplo la importancia del trabajo y de seguir sus ideales; de abuelo consentidor de 11 nietos, lleno de historias para nosotros y unas frases amorosas y besos apretados que sólo él sabía dar; de bisabuelo enternecido con las gracias de sus 7 bisnietos comentando con Mamama lo linda que es la vida al permitirle ver a esos chiquitines hijos de quienes para él seguíamos siendo sus chiquitos…

Papapa también fue médico, de muchos cuerpos y de muchas almas, de distintas especialidades que aprendió por estudio o por oficio. Fue un hombre inteligente que logró atesorar en su cabeza los millones de libros que devoraba diariamente y luego podía transformar esos conocimientos en fogosos discursos políticos o dulces coplas y versos. Fue político y fue poeta y su alma fue siempre así de sensible como para luchar por la libertad y escribir poesía de la manera más sublime.

Murió y su muerte no me causa tristeza pero su ausencia inevitablemente me duele. Me duele estar lejos, me duele recordarlo pero sus recuerdos me revelan que él esta en mi corazón y de ahí no saldrá nunca…

Desde ayer la nostalgia se adueñó de mí, en forma de memorias de mi Papapa, de sus historias, sus cuentos, sus versos, sus abrazos… las risas al conversar y su pasión en cualquier discurso así fuera de brindis de algun evento familiar. Las vacaciones en su casa en Falcón y los dulces que nos traía diariamente al regresar de la Clínica, los viajes a la hacienda durmiendo en hamaca y comiendo mango en la carretera… Su Mercedes, su Wagoneer y su Volkswagen que tantas veces lo vimos reparar en el patio de la casa bajo la sombra de un Cují… Su impecable vestimenta de blanco para ir a trabajar, su menuda presencia los últimos años con menos cuerpo pero la cabeza intacta…

Te fuiste y nos dejaste el orgullo de ser tu descendencia. Nos dejaste el ejemplo de una vida plena. Nos dejaste las ganas de siempre recordarte y la seguridad que de alguna manera seguirás entre nosotros…

Te quise inmensamente y me queda la satisfacción de habértelo demostrado en innumerables ocasiones, en todos los besos y abrazos que siempre aproveché para darte…  Sé también lo mucho que me querías y te sentías orgulloso de mi…

Hoy quisiera estar contigo, verte, despedirme… Pero no puedo… Por eso escribo estas líneas… y a ti que no se te escapaba una palabra escrita en tu avidez lectora, estoy segura que las vas a leer y te sacarán una sonrisa… y un “chuchumbello Dios!”

Hasta siempre Papapa, Bendición!

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Publicado el 13 de diciembre de 2012