Todos los días, cuando Andres regresa de la oficina a la casa, abre la puerta y dice:

Quién llegó, quién llegó?

Y los Pirulingos, cual perritos de Pavlov entran en estado de euforia y corren o brincan a buscarlo (Andres Ignacio) o sonríen y mueven las manos en señal de alegría (Eugenia).

Todos los días!

Yo también me emociono, me alegro y sonrío, pero las caras y reacciones de los chiquitines me opacan totalmente y mi beso y abrazo siempre toca en 3er lugar… no me quejo, estoy acostumbrada a que estos Pirulingos me hayan desplazado en cualquier ámbito robando el protagonismo… y cómo no si son tan encantadores!

Entonces comienza un momento de pura y dura diversión, de correr, gritar, jugar, bailar, cuentos, niños que vuelan por los aires, que se carcajean mientras les hacen cosquillas sin piedad, besos y abrazos apretados, mordiscos y pellizcos… por aproximadamente 1 hora.

Todo este tiempo yo estoy observando, deleitándome con el espectáculo, y normalmente interrumpiendo para echar algún cuento súper cotidiano que no logro terminar porque las risas o llamadas interminables a “papito” no me lo permiten… y cuando todo pasa y Andres amablemente me recuerda que continúe, me doy cuenta lo irrelevante que era y prefiero dejarlo pasar.

Cuando ya ha pasado media hora de la vorágine de carreras y risas comienzo a instar a los participantes de la fiesta (ellos 3) a bajar el ritmo, en aras de que a los niños no haya que darles un somnífero para que logren conciliar el sueño, de que lo hagan antes de las 11pm y de que no nos boten del edificio por reclamos consistentes de los vecinos de abajo.

Pero igual no me hacen caso.

La fiesta sigue su ritmo y ya aprendí que para calmarla debo hacer algo que llame más la atención que los juegos.

Los llamo a cenar.

No falla!

Al menos la cena implica sentarse (disminuye la actividad física y así el ritmo cardíaco) y conversar (incluida yo y mis cuentos súper cotidianos y domésticos), y resulta el preámbulo perfecto a la hora de dormir.

Pero no me puedo descuidar, si me levanto primero a recoger los platos y los dejo a los 3 en la mesa debo estar muy atenta porque aunque estén sentados, a veces solo hace falta una mirada o un gesto y el ánimo puede elevarse de nuevo y ya no tendré manera fácil de calmar las aguas más que jugando el papel de mamá fastidiosa que corta la diversión… y primero muerta que ser la mamá fastidiosa que corta la diversión, menos aún al lado del papá súper divertido que se gastan estos Pirulingos!

Si salgo airosa logro recoger un poco antes del ritual de despedida: ir al baño, pipí, lavar caras, manos y dientes, bendición, oraciones, amamantar a Eugenia hasta dejarla noqueada para acostarla en su cuna y Andres acompañar a Andres Ignacio hasta que se duerma…

Luego conversa con Andres de temas menos domésticos, terminar de arreglar lo que haya quedado pendiente y a dormir…

O a bloguear…

Todo esto para decir que Andres esta de viaje de trabajo por la semana y todas las tardes (noches) extrañamos mucho que se abra la puerta y él entre y diga:

Quién llegó, quién llegó?